viernes, 18 de mayo de 2012


¿TRABAJO SOCIAL CRÍTICO versus TRABAJO SOCIAL NACIONAL Y POPULAR?



Norberto Alayón (*)


(*) Trabajador Social. Profesor Titular (Carrera de Trabajo Social-UBA)

Publicado en Semanario "Trincheras" Nº 81. Posadas, Misiones. Mayo de 2012.


Entre septiembre de 1977 y abril de 1978 escribí un texto sobre antecedentes históricos del Trabajo Social en Argentina, que fue publicado originalmente en Lima, Perú por el Centro Latinoamericano de Trabajo Social (CELATS). La 5ta. edición fue publicada en 2007 por la Editorial Espacio de Buenos Aires.

En las “Consideraciones finales” del libro decía: “Nos proponemos continuar la indagación sobre éstos y otros aspectos del Trabajo Social, circunstancialmente no incluidos en esta oportunidad. Pero especialmente nos interesa dejar esbozada una hipótesis de trabajo, con aspiraciones de llegar a demostrarla, sobre la existencia histórica -con sus avances y retrocesos- de un Trabajo Social liberal-oligárquico, de un Trabajo Social popular y de un Trabajo Social tecnicista. Lo estudiado en este primer intento, nos orienta en ese sentido.”  Y agregaba: “Finalmente, deseamos puntualizar que este ensayo sólo aspiró a desbrozar el camino y destacar la necesidad de investigaciones que relacionen -como debe ser- la Historia y la Política con el quehacer profesional y su interdependencia.”

Con frecuencia se formulan (y yo también lo hice y lo hago) afirmaciones tajantes, que suelen operar casi como consignas que nos permiten ubicarnos rápidamente, en el lenguaje coloquial, pero que no siempre despejan con mayor precisión las complejidades que encierran las “categorías” o las categorizaciones.

Cuando hace 34 años atrás, yo hablaba de un “Trabajo Social liberal-oligárquico”, de un “Trabajo Social popular”, y de un “Trabajo Social tecnicista”, creo que sabía -con mayor contundencia que hoy, pero tal vez con menor rigor- a qué me refería. 

En el primer caso (“Trabajo Social liberal-oligárquico”), apuntaba a caracterizar a aquellas prácticas profesionales que se nutrían conceptualmente de las posiciones más conservadoras, negadoras de la vigencia de un orden social intrínsecamente injusto, plagadas de prejuicios interesados acerca del fenómeno estructural de la pobreza, que implementaban mínimas medidas paliativas y básicamente acciones de control social de las clases populares.

En el segundo caso (“Trabajo Social popular”) hacía referencia a una concepción antagónica con la anterior, que resaltaba el origen estructural y social de los problemas y necesidades insatisfechas que padecen los sectores populares, rescatando la impostergable puesta en vigencia de los derechos sociales para el conjunto de la población y, en particular, de los sectores más expoliados de la sociedad. Desde esta perspectiva, la profesión podría (y puede) contribuir (modesta, pero eficazmente) a la consolidación de una mayor justicia social.

En el tercer caso (“Trabajo Social tecnicista”) daba cuenta de los avances de carácter instrumental que se producían en la profesión, pero que evidenciaban serias limitaciones al no acompasarse con la necesaria comprensión de las causas de los problemas y con políticas de índole estructural que atacaran los núcleos duros de la explotación y la marginación.

Las consignas, con mucha frecuencia, no suelen decir demasiado. Muchas veces esconden limitaciones diversas, reduccionismos, hasta extravíos. Nos sirven sí para “comunicarnos” prestamente, para creer entendernos sin mayores explicaciones como con el uso del lenguaje en el ámbito familiar, pero nos pueden alejar de la comprensión debidamente fundamentada de la complejidad de la realidad.

Por ejemplo, referirse hoy a “Trabajo Social crítico” puede querer decir mucho, pero también puede decir poco. Lo mismo que referirse a “Trabajo Social nacional y popular”: puede querer decir mucho, pero también puede decir poco. 

Y cabe el interrogante siguiente: “un Trabajo Social crítico”, ¿puede no ser “nacional y popular”? Y “un Trabajo Social nacional y popular”, ¿puede no ser “crítico”? Si “un Trabajo Social nacional y popular” no es crítico, ¿qué sería? ¿acrítico y ciegamente obsecuente? Si “un Trabajo Social crítico” no es nacional y popular, ¿qué sería? ¿antinacional y antipopular? Claro que hay que recordar que, en el campo propiamente político, en nuestros países ha habido (y hay) una “izquierda nacional” y una “izquierda antinacional”. 

Me adelanto rápido, intentando emular la contundencia de hace más de tres décadas: un Trabajo Social “crítico” debe ser “nacional y popular”. Y un Trabajo Social “nacional y popular” debe ser “crítico”.

Un “Trabajo Social crítico” debe ser crítico precisamente de las estructuras de dominación y dependencia aún no definitivamente erradicadas en nuestros países, pero también debería estar en condiciones de reconocer y apoyar los procesos nacionales y populares (aunque inconclusos y pasibles de profundización).  En caso contrario, la legítima aspiración “crítica” se esteriliza, se extravía o bien puede contribuir objetivamente -más allá de las intenciones que se invoquen- a la no concreción de los cambios necesarios, fortaleciendo -de hecho- las posiciones más refractarias.

Un “Trabajo Social nacional y popular” debe preservar su capacidad de análisis crítico, aún  partiendo de su propia adhesión al proyecto “nacional y popular”, precisamente para garantizar el pleno cumplimiento de los más caros objetivos a favor de los derechos e intereses de los sectores populares.

Es necesario que todos comprendamos a fondo la diferencia entre “criticar para avanzar” (y esto hay que apoyarlo) y “criticar para paralizar y retroceder” (y esto hay que combatirlo).

Con Paulo Freire me reafirmo, en su expresión: “para poder mañana lo que hoy es imposible, tenemos que ir haciendo lo que hoy es posible”, y ello no significa claudicación ni resignación, sino agudeza política para comprender y enfrentar en concreto (más allá del “consignismo” abstracto) los desafíos coyunturales -pero también estratégicos- de la historia nacional y latinoamericana.


Buenos Aires, Mayo de 2012.